A menudo los creyentes nos quedamos mirando el cielo, como los discípulos que asistieron a la Ascensión del Señor. Nos quedamos embobados esperando que la respuesta a los problemas nos llegue de más allá de las estrellas. En cambio, el Evangelio inaugura una nueva etapa de la historia: la Encarnación. Dios está con nosotros. Jesús quiere permanecer al lado de los creyentes. Cuando Jesús vivía en Palestina hace dos mil años, solo unos cuantos tuvieron el privilegio de verlo y escucharlo. La Ascensión nos habla de una nueva presencia. Ahora está en todas partes, llega a todos los pueblos y a todas las épocas. Jesús nos acompaña cada día hasta el fin del mundo, pero su presencia no es ya evidente como lo era cuando predicaba en Galilea. Es necesaria nuestra implicación para percibirla. Así, lo podemos encontrar en la Eucaristía, en la escucha de la Palabra, en la oración personal, en la relación con los hermanos, en la atención a los pobres, enfermos o marginados. No debemos quedarnos embobados contemplando el cielo, sino que tenemos que mirar nuestra realidad con los ojos de la fe. Entonces veremos cómo vuelve a hacerse presente.