Carta Pastoral para la Cuaresma de 2025
Título: ¿Quién eres tú, Jesús?
Queridos hermanos y hermanas del Obispado de Mainz,
¿Quién eres tú, Jesús? La respuesta a esta pregunta no es tan sencilla como puede parecer. Para el creyente se puede responder al menos desde dos niveles a esta pregunta. Uno de ellos es la respuesta personal que debe dar una persona que cree en Cristo. Esta respuesta puede ser infinitamente diversa e incluso puede cambiar a lo largo de la vida dependiendo de la situación de vida y de las experiencias de fe. Algunas cosas del Jesús bíblico nos fascinan, otras nos son ajenas. Les invito a mantenerse toda la vida en diálogo con Jesús, sobrellevando lo que les es ajeno y a seguir buscando constantemente su cercanía. No estoy hablando de Jesús solamente como figura histórica sino como el Resucitado en el que creo, ése que está a mi lado, a nuestro lado, de cuya presencia viva estoy convencido.
El otro nivel se refiere a la respuesta que una comunidad de fe como la Iglesia se da a sí misma y que supone la unidad de la comprensión básica, de lo que nos une en el Señor a pesar de la diversidad de accesos diferentes a Él. En la pregunta ¿Quién eres tú, Jesús? se muestra precisamente la posibilidad de una gran diversidad y de una profunda unidad en la fe. Ser cristiano/a no puede significar diversidad sin unidad pero tampoco unidad sin la necesaria diversidad. Precisamente en un tiempo en el que en la Iglesia luchamos por la sinodalidad me parece que el fundamento más importante para la existencia de la cristiandad está en la fe en Jesucristo.
La infinita diversidad de las maneras de creer en Jesús, el Hijo de Dios
Nuestras principales fuentes a la hora de hablar de Jesús como Redentor e Hijo de Dios son los escritos del Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento no es un solo libro, sino que se compone de 27 libros con 27 autores diferentes que ofrecen su visión de Jesús partiendo de los diferentes cuestionamientos de sus respectivas comunidades. Es sabido que en el nuevo Testamento no hay un solo evangelio, sino cuatro, con sus diferentes aproximaciones a Jesús. Hay Cartas de diferentes autores, el Libro de los Hechos de los Apóstoles, que continúa con el relato del Evangelio de Lucas y el Apocalipsis, el Libro de la revelación de Juan que nos ofrece una visión del mundo que nos transporta a un mundo extraño en el que Cristo es al mismo tiempo el Cordero de Dios, el Señor del tiempo y juez de la humanidad. En los diferentes escritos Jesús se nos presenta en toda su humanidad, desde su nacimiento hasta su muerte, él sale a nuestro encuentro como Señor, Juez, Redentor, Resucitado y como el que está sentado a la derecha del Padre.
Desde el punto de vista emocional el Jesús humano les resulta sin duda muy cercano a muchas personas. No es de extrañar que a la mayoría le emocione en la Navidad el pequeño niño del pesebre en el que el amor de Dios se muestra de manera tan vulnerable. Otras personas se sienten especialmente atraídos por el Jesús que sana a los enfermos y que hace presente el Reino de Dios en su predilección misericordiosa por los débiles y los pecadores. El mensaje de paz de Jesús genera división de opiniones a la vista de los conflictos actuales ¿Es demasiado naiv, o precisamente de importancia vital en el momento actual? A lo largo del tiempo las personas identifican en el Crucificado su propio dolor. Los relatos de la Pascua siguen dando esperanza a mucha gente hasta el día de hoy porque creen a los testigos que Jesús vive. También las cartas del Nuevo Testamento proporcionan diversidad de experiencias de la vida de Jesús. Para mí hay una frase fundamental que se encuentra al final del evangelio de Juan (Juan, 21:24): "Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero. Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir."
En su última Encíclica, "Dilexit nos" (Nos amó) del año 2024 el Papa Francisco profundiza en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y nos la ofrece como fuente para llegar a Jesús. Con cierta emocionalidad me atrevo a añadir: hay legítimamente tantas maneras de llegar a Jesús como personas se abren a él en su corazón y entendimiento. Es tarea del día a día de la Iglesia acercar a otras personas a un acceso personal, porque la boca habla de aquello de lo que el corazón está lleno. El compromiso con Cristo precisa siempre de un testimonio de fe personal e individual.
En esto consiste la riqueza de la fe de la Iglesia y de la comunidad de la Iglesia. Y ésta es también la base de la tan mencionada sinodalidad: tomar en serio las otras maneras de creer y valorarlas en su riqueza. Nadie puede comprender a Cristo solo por sí mismo. Es en las variadas experiencias de fe en donde se conforma como en un mosaico aunque sin ser comprensible en su totalidad. Les invito de corazón a reflexionar en las próximas semanas sobre sus respuestas a las siguientes preguntas: ¿Quién eres tú, Jesús, para mí? ¿Dónde puedo dar testimonio de mi fe en este Año Santo de la esperanza, dónde puedo plantear preguntas, dónde dar expresión a mis esperanzas?
La fe unificada de la Iglesia en Jesucristo, el Hijo de Dios
En el año 325 tuvo lugar en Nicea el que ha sido llamado Primer Concilio Ecuménico. En 2025 celebramos el 1700 aniversario de esta Asamblea central con sus largos antecedentes históricos. Había habido algunas divisiones en la Iglesia que se habían incendiado con diferentes cuestiones. Quien crea que la Iglesia vive en la actualidad tiempos revueltos, debería echar un vistazo al siglo IV. Las cuestiones de fe y las estructuras siempre han ido de la mano. A iniciativa del Emperador Constantino, que convocó el concilio por miedo a la pérdida de poder por la amenaza de una división en la Iglesia, se reunieron cerca de 250 Obispos en Nicea. El tema principal de los acalorados debates fue la pregunta de si el Hijo es una criatura del Padre y si solo es “parecido a Dios” o si de hecho es “igual a Dios”. Arrio había sido el iniciador de la disputa que mantenía enfrentados a los creyentes y a los Obispos.
Hoy en día podemos considerar que esta cuestión es sutil, pero afecta al núcleo de la fe cristiana. Si Jesús quería salvar a los hombres, tenía que ser Dios verdadero, pues solo Dios puede proporcionar la salvación de la culpa y de la muerte. Él, que se hizo carne por nosotros y sufrió por nosotros tenía que ser de verdad hombre, ya que de acuerdo a una antigua convicción filosófica solo puede ser salvado lo que Dios realmente ha aceptado. El Concilio no discurrió en absoluto de manera pacífica, pero el Credo formulado fue aceptado mayoritariamente tras muchas discusiones y bajo la presión del Emperador. En el año 380 el Emperador Teodosio puso punto final a las disputas que aún permanecían abiertas por medio de un decreto que declaraba el Credo de Nicea obligatorio. El Concilio de Nicea está unido indisolublemente al Concilio de Constantinopla que tuvo lugar en 381 y que acogió ampliamente el Credo de Nicea.
El alcance de ambos Concilios queda patente en que ese Credo es conocido hasta la fecha como el Gran Credo que aparece en el Gotteslob bajo el número 122 y que aún rezamos hoy en día. Cristo es “de la misma naturaleza del Padre, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. Y al mismo tiempo se ha convertido realmente en hombre, en medio de nosotros. Esta es la fe que une hasta hoy a todas las confesiones cristianas. Con todas las diferentes formas personales de creer en Cristo el Concilio de Nicea fue capaz de formular un fundamento de fe común. Hasta hoy el “Credo largo” es la base común de la fe y la vida de la Iglesia. Comenzó en Nicea, otros Concilios lo completaron. Es necesario que haya unidad a pesar de la variedad de maneras personales de creer, porque cada una de ellas es solo una de las piedras del mosaico completo, y siempre precisa de la respuesta personal a la pregunta de quién es Jesús para mí.
Cristianas y cristianos como peregrinos en el camino de la esperanza.
Este es el lema que el Papa Francisco ha planteado para este año. El Año Santo es la invitación a pensar en Jesús como la razón última de la esperanza personal, profundizar en la oración y atreverse a dar una respuesta propia. Jesús como Hijo de Dios abre la visión a la gran esperanza, también más allá de la muerte. El Credo unificado nos abre los ojos sobre el valor de lo que es común, porque solo conjuntamente podemos acercarnos a la gran y variada realidad de Jesús, nuestro Señor y Salvador. Ser cristiano sin comunidad en la fe es quedarse en la limitación personal. Necesito a los demás en la Iglesia para enriquecer y completar mi imagen de Cristo. Nos necesitamos los unos a los otros en el camino de la esperanza.
Que este año nos acerque en la comunidad de fe y en la valentía de dar nuestra respuesta personal a la pregunta «¿Quién eres, Jesús, para mí?» y, al mismo tiempo, aprendamos a apreciar de nuevo el valor de la profesión de fe.
Les deseo a todos ustedes un tiempo bendecido hasta la Pascua y después de la Pascua durante todo el Año Santo. Que les bendiga Dios todopoderoso, +el Padre, +el Hijo, + el Espíritu Santo.
Su
+Peter Kohlgraf
Obispo de Mainz
Mainz, el Primer Domingo de Cuaresma de 2025
Übersetzt von Gema Echevarria Erana