El Espíritu es la presencia viva de Dios en el mundo, su aliento, su fuerza, su creatividad y resistencia mora en todo corazón humano que se abre a la experiencia del amor. La cultura líquida en la que vivimos gime de orfandad ante la fragilidad de vínculos sostenedores de sentido. Pero Jesús, el Viviente, nos asegura su cuidado y la incondicionalidad de su amor creativo derramado en el mundo, a través de su Espíritu que rompe con toda frontera y división. Allá donde percibimos las huellas del amor liberador, allí se hace presente su fuerza y su dinamismo, urgiéndonos a renovarlo todo, a actualizar en nuestros ambientes el proyecto de Jesús, la fraternidad humana, de la que nadie puede quedar excluido. ¿Dónde reconocemos como comunidades cristianas la presencia del Espíritu y su dinamismo renovador y misionero hoy en nuestros contextos? ¿A qué nos reta?